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idatzi mota: Iritzi artikulua

Carta a Popeye, gobernante de Navarra

Mire, Popeye: largamente he vacilado antes de escribirte ésto. Y es que no se puede creer demasiado en esto de las personas o caretos que ponen ahí arriba ¿no?, que os ponen, vamos. Bueno, en este caso está claro que tú estarás obligado a creértelo, por lo menos algo de ello seguramente, o parte de tu persona, eso que llaman las facultades superiores de la persona, la voluntad y todo eso: o sea, que más o menos se supone en ti una cierta consonancia con las facultades superiores de la sociedad, con lo que está mandado; y que además lo haces bien, igual de bien que un papagayo bien adiestrado por ejemplo. Y no te mosquees por la comparación, Popeye: todos somos, en la medida que hacemos lo que está mandado, más o menos papagayos. Lo único quizá que tú, por ester donde estás, seas algo así como un papagayo elevado a una potencia algo superior a la media, aunque tampoco demasiado elevado ni potencia excesiva, porque no me negarás que eso en cuya cima te han puesto, una Autonomía Regional, y además una de esas menores, cutrillas, casi ridículas —anda hombre, confiésalo aunque solo sea por lo bajo, aquí entre nosotros y sin que te niegue yo tampoco su relativa importancia en cuanto freno o prevención de la locura separatista—: pues eso, que ese cargo tampoco te hace ser mucho más que un ejecutivo medio tirando a alto, aunque eso sí, algo bastante más progresado y acorde con los tiempos que un leñador o un cura por ejemplo. En fin, que sí Popeye, que has llegado algo más alto que todo eso.

Así que cuando te escribo, cuando pongo aquí sobre el papel tú, cuando te llamo con este cariñoso nombre de Popeye (que les oigo a veces a mis amigos navarros cuando voy por ahí, que voy bastante: que debe ser por el nombre de tu señora, Olivia ¿no?, ¡qué gracia!), pues eso, que no sé exactamente a quién me dirijo; pero no seguramente a lo alto de ti, a esas facultades superiores de les que te hablaba, que no son sino lo mismo que el cargo o papel que interpretas en público, o sea, que no le hablo aquí al Papagayo Medio/Alto ese, no.

Es que uno no puede estar seguro nunca de que eso acabe con todo lo demás, no sé, con lo que hubo (o lo que no hubo), con lo que pueda haber por debajo, algo que se escape o no se deje reducir totalmente a las facultades superiores de la persona, a le fe en sí mismo ¿yo qué se? Y es que eso nos pasa a todos, hombre: claro que en tu caso, pues estando lo alto de ti más alto que lo normal, siendo como más necesaria una fe sólida en lo que eres, pues no sé, que igual —pobrecillo— queda algo menos en tu persona a lo que uno le pueda hablar con alguna confianza de ser oído o entendido.

Pero bueno, hasta en el caso más perfecto y cerrado parece que puede darse alguna vez alguna pequeña quiebra o rotura de la persona y de su fe, y además tampoco se puede creer demasiado ciegamente en la seguridad en sí mismo de la persona o su entereza o integridad o como quiera llamársele, y por eso también me he animado en este caso con tu persona.

Y, por otro lado, ya sé que te va a parecer una chorrada, Popeye, pero es que tengo el recuerdo todavía de cómo a tu hermana Charo, que fue profesora mía allá en el Instituto de mi pueblo, en Azpeitia (por cierto, dale recuerdos si la ves de parte del que firma aquí, que igual se acuerda también ella todavía), de cómo, digo pues, le gustaban a tu hermana mis exámenes de Química y cosas por el estilo que nos daba ella a los que caíamos por allí, y eso que, sin creer tampoco demasiado en las posibles afinidades entre hermanos, ni sabiendo tampoco en el caso concreto si os perecéis poco o mucho al no conocerte yo a ti de nada que no sea del Dominio Público, y aun tomando en cuenta que no se parecen mucho un examen de Química y el presente escrito, pero sin estar seguro tampoco de lo contrario, pues nada, que igual eso, ese precedente familiar, podría ayudar a que te llegue un poco mejor algo de lo que te escribo, aunque sea en lugar tan desagradable, aquí en el boletín oficial de la Barbarie.

Bueno Popeye, vamos a dejarnos de preámbulos y de hostias, y al grano. Y es que ya os vale, hombre, de que nos toquéis los cojones (bueno, y a ellas, no sé, lo que más les guste); es que no tenéis ni disimulo, joder, que parecéis principiantes en esto de gobernar o administrar o como os guste llamar a eso de hacer el imbécil desde lo alto. Igual te parece que me paso en el tono de lo que digo; pero es que, te lo confieso: de verdad que he pillado mala hostia. Y es que todavía a uno le cae de vez en cuando algún periódico que otro entre las manos y se entera algo de cosas de actualidad, de noticias y todo eso; y por eso te digo lo de que no habéis aprendido a hacer las cosas sin "ser noticia" como dicen, con el debido disimulo, con el disimulo requerido por las formas más progresadas y democráticas de gobierno. Pero ¿a quién se le ocurre semejante burrada —y con ésto te vas enterando del asunto al que voy—, eso de que no hay sitio en los transistores de Navarra para una radio en vasco? Pero, hombre, ¿quién cojones te crees que se lo va a tragar? Bueno, ya sé que tragar, cualquier cosa se va viendo que se hace tragar a las masas mayoritarias: siempre estaréis confiados en que habrá una mayoría que se lo trague, si no no lo haríais, claro. Pero es que así no se hacen las cosas, Popeye, tan descaradamente y sin disimulo: así vienen luego las protestas, que si manifa por aquí, que si cartelitos por allá, y hasta cosas más desagradables. Eso está ya pasado, hombre: es una cosa que, como os gusta decir, hay que superar. Que es que ya no mola, esa forma de proceder no está bien vista; ese tipo de gamberradas corresponden a formas más arcaicas y atrasadas de poder, vamos, no sé cómo decírtelo ya, que no es un espectáculo lo suficientemente progresado y moderno el que estáis dando al público y —lo que es peor para ti, Popeye— a los que están por encima tuyo. O sea, que ni tan siquiera os sirve para ganar puntos ante el que los reparte, sino en todo caso para lo contrario. Porque además ¿qué cojones te crees que va a pasar por poner una radio en vasco? ¿o dos? —da igual; si va a haber muchas más de las otras, hombre—. Ya tenemos aquí, en la Autonomía Regional vecina por el oeste, radios en vasco. Y ¿qué crees que pasa? Pues eso: nada.

Total, que ya lo habéis hecho, que ya nos habéis tocado bien los cojones. ¿A quién? Pues ¿a quién va a ser? A los vascos; sí, sí, así como suena: a los vascos. Y no me vengas ahora diciendo que a qué viene eso de los vascos; no te creo tan redondamente imbécil —ya te lo explicaba antes— como para que te hayas dejado cegar totalmente por lo que estás acostumbrado a leer en los papelotes oficiales que te ponen delante. No te olvides además que al que me dirijo aquí sobre todo es a ese tú que te precisaba más arriba y no a otro.

Porque bueno, Popeye, acuérdate un poco de lo que quería decir vasco allá en tu valle y en otros muchos valles y pueblos; acuérdate de que hasta allí mismo había unos cuantos vascos y hasta es posible que quede alguno todavía, si no es que han acabado ya con todos. O sea, que vasco quería decirse ahí de los vascos que hablan como los vascos que hablan vasco. Lo cual quiere decir, entre otras cosas, que no me puedes venir ahora con el cuento de que si me meto "desde fuera" en lo que no me incumbe y tonterías por el estilo: eso lo podrás —y quizá lo deberás— decir desde el Cargo y por la televisión por ejemplo, pero no a mí ni a nadie hablando como habla la gente. ¿No te acuerdas cómo sacaban por esa misma televisión aquellos 300 millones de hablantes del español, contando a esos hablantes por encima de fronteras, océanos y continentes, y suponiendo por lo tanto, ya que se los contaba como elementos de un mismo conjunto, que debían de tener algún rasgo en común, algún rasgo muy principal o verdadero para contar a tantos y tan alejados unos de otros? Pues lo mismo pasa con las demás lenguas y también con el vasco; lo mismo, Popeye, te lo aseguro, y sin tanto salto macrogeográfico: alguna que otra frontera a lo sumo.

Y ya que hemos hablado de números, pues sigamos hablando de ello, hablando con ellos, con los números, aun sabiendo y todo lo cabrones que son y la mala idea con la que, consecuentemente con su naturaleza, de ordinario se usan: por ejemplo para hacerle saber a uno los años que se le han ido de la vida (y, de paso, ir calculando más o menos los que le quedan), para organizar esa vida contable en horas de trabajo y en horas de diversión complementaria, o para imponer desde arriba, haciéndoles creer a las masas en su necesidad, algún gran proyecto progresado (ya se sabe: número de horas, número de almas, número de kilómetros y todos los números de la muerte). Pues lo mismo pasa con esto; y es que además, con la Democracia o forma moderna de gobierno, ya se sabe cómo se ha progresado en esto del cómputo de los súbditos del Estado hasta llegar a ser su fundamento mismo y justificación. Y claro, tú, en lo alto de ti al menos, no puedes por menos de creer en algo de esto, de la Democracia y sus números, en su verdad o, al menos, realidad indiscutible; en eso cuyo procedimiento esencial —ya lo sabes, o lo supiste algún día— consiste más o menos en lo siguiente, visto desde ahí arriba: si conseguimos que la mayoría trague, ya está; o bien, diciéndoselo ya a esa misma mayoría: si la mayoría lo acepta es que está bien (o es bueno o, mejor, positivo); y dando ya el último salto en el vacío: es la voluntad expresa de la mayoría (es decir, la de la mayoría de los que se dejan llevar periódicamente a hacer voto de obediencia en las contiendas democráticas), y nosotros no hacemos sino cumplir o gestionar esa sagrada voluntad y defenderla ante los que se opongan a ello (contando así prudentemente con la posibilidad de que haya por ahí gentes que no se dejen reducir a la mayoría; pero ya se sabe que estos también pueden ser reducidos, reducidos a número, a número minoritario o cantidad despreciable, como se dice en las ciencias del Número). Y claro, según ésto, está muy claro el asunto este de las radios: que es que podéis preveer razonablemente que habrá una mayoría en Navarra que se lo trague más o menos ¿no?, atendiendo al número de hablantes de vasco y todo eso.

Pero es que ni así se puede, Popeye, que no: ¿es que no os dais cuenta de que a cualquiera, aun sin tener demasiada sensibilidad o cariño o lo que sea por eso del vasco, que a cualquiera se le puede ocurrir que, bueno, que lenguas en Navarra hay dos, lenguas de la tierra quiero decir (no me vengas ahora que si el inglés universal o el gallego de los obreros desterrados ni nada), o sea, dos, una y una, o, si prefieres, la una y la otra? Y eso que queréis hacer con lo de las radios, eso de que para la una (o lo otra) todo y para la otra (o la una) nada, pues no, que no puede ser, hombre. Y ésto también son números, date cuenta Popeye, y no menos verdaderos ni mentirosos —y si no demuéstralo, si puedes— que los que os sirven en las operaciones numérico-democráticas.

Pero vamos a dejarnos de números, de nombres y de ideas, y vamos a bajar un poco a lo que pasa por debajo de todo eso. Y es que es tal la confusión (confusión real, frente a la aparente seguridad de saber) que domina hoy sobre esto de los vascos y el vasco y todo eso, que ya no hay Dios que se pueda entender ni de una parte ni de la otra, si es que hay dos partes en este todo. Y fíjate que tampoco te he hablado hasta ahora con mucho sustantivo, es decir, que no te he hablado de la forma en que estarás tú acostumbrado a oír hablar de ello, hasta llegar a ser seguramente el vasco para ti, como para otra mucha gente —para la mayoría—, no otra cosa que ideas sobre el vasco, debajo de las cuales todo aquello que sea gentes hablando una lengua en pueblos y villas con su contradicción y conflicto, queda anulado y muerto. Y así, no te he hablado para nada de Lengua Vernácula o Lengua Nacional, o de la Historia y sus razones, ni de derechos ni tuertos, ni de particularismo ni universalismo, ni nada de la pedantería usual sobre el tema.

No: mira Popeye, te voy a hablar desde abajo, desde el corazón —no te sonrías que va en serio—, desde el sentimiento. Ya sé que esto del sentimiento y el corazón no te debe de sonar a ti a asunto público ni serio, que bien te lo tendrás aprendido no ya sólo eso de que el sentimiento no tiene nada que ver con la razón sino que te habrán enseñado además que es incompatible con ella. Nada Popeye: otra tontería que te tienes que ir quitando de la cabeza. Pues a lo que iba: lo que me interesa aquí es precisamente hacer público y político ese sentimiento, corazón y razón juntos, esa tristeza (y rabia) —para qué te lo voy a negar— de la lengua, de esa lengua en que aprendimos (no tú seguramente, sino nosotros) a decir 'razón' y 'corazón' y 'no' y otras muchos cosas. Que la aprendimos, sí, pero también tuvimos que aprender poco a poco que iba apareciendo por ahí arriba otra cosa, unos ruidos extraños al principio: luego que parecía que algunos hasta se entendían pronunciándolos y que parecía por tanto ser otro modo de hablar, otra "lengua" (si es que nuestra capacidad de ideación llegaba a tanto), otra sí, pero que amenazaba muy pronto con convertirse en la una, en la lengua sin más, en la lengua que se nos presentaba a los niños que fuimos (y se nos sigue presentando, claro) como la que de verdad había que saber para ser una persona de verdad, para poder decirle en la escuela a la maestra por ejemplo "Fulanito me he pegado", que es que recuerdo muy bien (y hace veintitantos años de esto) que a mí sin ir más lejos me pasaba que no lo podía decir por no saber decirlo, no saber ese verbo "pegar", no saber decirlo en "la" lengua, pero llegar a saber clara y palpablemente, por ello mismo, cuál era realmente, o sea, en la Realidad de nuestro mundo, la verdadera lengua, la que pega más, aquella en que se veía ya que había que andar el camino pare llegar a ser una persona hecha y derecha. Y aprendimos también el miedo de la lengua, de la nuestra, el saber que uno no podía hablarla cuando le viniera en gana, entre otras cosas porque había gente que no te entendía, allí en la misma tierra, sobre todo en los sitios donde había muchos automóviles, semáforos y letreros con lucecitas y todo eso, allí donde nos decían además que vivía la gente importante. Y veíamos también cómo había gente de los nuestros que caían en la batalla, algunos ya muertos, otros heridos de diversa consideración, es decir, olvidados más o menos de la lengua; que éramos pocos, vamos, y que la abuela no estaba para parir. Y es que tampoco es de extrañar ¿no?; olvidado quiere decir ahí 'hecho olvidar', o sea, que es el participio de un verbo y por tanto con sus sujetos y agentes, más o menos expresos y palpables, más o menos tácitos y abstractos, y más seguramente de éstos que de aquéllos. Y mira, entre el miedo y la tristeza y el saber que aquella lengua que primero aprendimos se iba quedando más pequeña cuanto más Mundo y Realidad nos metían dentro, que no "existía" demasiado, si lo prefieres, en esa Realidad, y que la otra, pues más grande cada vez y que aparecía ya por todas partes, y que era la que de verdad "existía", la lengua en la que hablaba el Futuro, pues entre todo eso no dejaba de haber de vez en cuando alguna mano amiga o alguna voz familiar que salía... ¿de dónde?, pues de la radio, sí hombre, de humildes radios que parecía mentira que pudieran hablar como nosotros, pequeños derrotados de la lengua. Y "nosotros", ya sabes que quiere decirse aquí de los vascos, de esos vascos de los que te hablaba más arriba, no los vascos de la idea (buena o mala, da igual), sino los del sentimiento, la razón y la lengua.

Y claro, viendo ahora que vosotros o tú (o, mejor, ese Excelentísimo Señor que también eres en alguna medida) hacéis lo que hacéis, pues uno no puede dejar de sentir ese miedo y rabia y tristeza de la lengua, y acordarse y verse también en sus hermanos de Navarra: sí, hermanos, y no es la Idea —te lo juro, Popeye— sino el corazón el que está hablando, y no sabe decirlo de otra manera; y se queda así pensando que no, que no podéis hacerlo, que no se puede y que lo que no puede ser no puede ser y que no y que no y mil veces no. Bueno, ya entiendes más o menos lo que te quiero decir; porque poder, en el otro sentido, en el del deporte o la milicia, en el sentido memocrático, sí que podéis ya que lo habéis hecho: podéis porque tenéis la Ley, el Número y los Medios o, mejor, porque le Ley, el Número y los Medios os tienen; y así parece que la barbarie puede llegar a ser posible y real.

Me dicen también algunos enteradillos en cuestiones de actualidades y politiqueos que todo ha sido porque igual se puede llegar a decir por esas radios algo distinto a lo que esté mandado que se diga y por el consiguiente miedo vuestro a perder votos de obediencia democrática. Qué ilusos ¿no? ¡Mira que pensar que a estas alturas puedan suceder cosas de esas! Como si no pudieran todavía vuestros Medios, los Medios que os tienen, dejarlo todo (o casi todo, vamos) lo suficientemente atado como para que no puedan variar demasiado —siempre dentro de los márgenes previsibles, quiero decir— los estudios y previsiones sobre la voluntad numérica de las poblaciones. En fin, sin comentarios.

Bueno Popeye: paso, para ir acabando, a decirte algo de mí, algo que viene al asunto, me parece. Resulta que yo o, mejor, la persona o careta (que uno también tiene la suya, qué remedio) que responde al nombre ese que aparece debajo de estas líneas, trabaja en una cosa que se llama Diccionario General Vasco. ¿Te suena? Pues la obra cuenta, como sabrás, con el patrocinio —las pelas, ya se sabe—, entre otras altos instituciones, de la que tu excelentísima persona preside. Y ocurre además que me dicen que la presentación oficial del próximo volumen que se publique (el cuarto) va a ser ante vosotros, ahí en Pamplona/Iruñea; que vais (y vamos, todos de la mano) a enseñar ahí al público el producto que patrocináis: o sea que habrá que ir. Bueno, te puedes imaginar después de todo lo que te he escrito, que yo no voy a ir; que no me queda humor para ello. Y es que queda muy bien esto de figurar en grandes proyectos culturales (y no sólo en los de cemento y vigas) ¿no?: un monumental diccionario en grandes tomos, en plan serio y científico, donde se supone —y se supone mal— que está allí la lengua toda (el euskerica) encerrada la pobre, y escrita además en letra muerta y convenientemente guardada bajo gruesas tapas. ¡Qué cosa más inofensiva y prestigiosa! A esto sí que os podéis apuntar tranquilamente y quedar como Dios ¿no? Y así, de paso, responderles a las gentes de mala fe y darles con el diccionario en la cabeza, enseñándoles así de forma palpable lo mucho que os importa esto del vasco.

Pero es que así no se juega; a eso no jugamos. ¿Está claro, tíos?

Pues esto era más o menos lo que te quería decir a ti, Popeye, a ese para quien he escrito sobre todo estas líneas, más que para el otro, o sea, para la persona del Excelentísimo Señor Don Gabriel Urralburu, Presidente del Gobierno de la Comunidad Foral de Navarra en España de Europa. Ese te lo dejo a ti; arréglatelas con él como puedas.

*** Oharrak: Itxura guztien arabera, Egin-en argitaratzeko asmoz bidalitako artikulua, makinaz idatzia (gaztelaniaz). Gabriel Urralburu Nafarroako Gobernuko lehendakariari zuzentzen zaio, edo karguduna baino beheragoko gizonari, horregatik deitzen dio-eta Popeye ezizenez. Kargu hartzen dio euskarazko irratiei lizentziarik ez emateagatik. Hemerotekan begiratu beharko da artikulua argitaratu ote zuten: luzea da, zazpi orrialdekoa, eta, bukaerako ohar batean, bi partetan zatitzeko argibideak ematen ditu. Ez du datarik (Urralburu 1984 eta 1991 artean izan zen lehendakari), baina esaten du Orotariko Euskal Hiztegiaren laugarren bolumena aurkeztekoak zirela, ez dut topatu horren erreferentziarik, lagundu dezake hemerotekan bilatzen.
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