logoa

1989-11-07

idatzi mota: Hitzaldia eta artikulua

Del euskera o vascuence*

Aprovecho gustoso la invitación al presente Congreso hecha un tanto apresurada e improvisadamente por el Sr. D. Braulio Hernández, director del Colegio de Lenguas y Literaturas Indígenas del Estado de México, y animoso defensor y pedagogo de su malherida lengua materna, el nahuatl.

Mi presencia en estas sesiones ha venido motivada, pues, por el interés mostrado por el Sr. Hernández en dar una visión o noticia sobre la situación del euskera o lengua vasca, en la confianza de que pueda servir para arrojar algo de luz y pueda mostrar las posibles semejanzas o diferencias con respecto a la situación de las lenguas manifiesta o disimuladamente despreciadas de estas tierras, que vienen llamándose americanas desde su desgraciado Descubrimiento y posterior Conquista por la Monarquía o Estado español, cuya lengua, naturalmente, no es otra que el español, esto es, el enemigo común de sus lenguas y de la mía, precisamente esta lengua que, un tanto paradójicamente y por imperativos reales aunque no deseados, nos hemos impuesto como medio de expresión en estas mismas sesiones.

Y es precisamente una conquista el punto por donde voy a empezar a darles a conocer algunos aspectos relativos a la evolución y avatares de la lengua vasca.

En efecto, dejando de lado ahora las vicisitudes correspondientes a la época prerromana, el euskera es la única lengua que ha sobrevivido hasta nuestros días, en la Península Ibérica y en la Aquitania, a la empresa conquistadora del Imperio Romano.

Hemos de suponer, pues, a la lengua vasca, por otra parte única lengua también no indoeuropea del occidente europeo, asentada a ambos lados del Pirineo occidental, extendiéndose hasta las costas del Golfo de Vizcaya, y hablada por una población que fue una de las menos latinizadas de la zona, al menos en sus áreas no periféricas, quizá —todo hay que decirlo— debido más al escaso interés económico de los conquistadores por las tierras más montañosas que a nuestro glorioso pasado guerrero.

Esto no ha sido obstáculo, sin embargo, para que el latín, como posteriormente las diversas lenguas románicas, haya dejado una profunda huella en el euskera, visible sobre todo en el nivel del léxico.

La situación periférica o marginal del área vasca, junto con la posterior descomposición del Imperio Romano, son factores importantes en la pervivencia histórica de nuestra lengua. A esto hay que añadir lo relacionado con el aspecto espiritual o formativo de la Conquista, esto es, la propagación de la religión cristiana, que constituye en factor muy importante de asimilación lingüística. En nuestro caso, y para bien de la lengua, hay que notar que la introducción y difusión del cristianismo fue lenta y tardía.

Como es sabido, el latín dejará poco a poco su lugar como lengua de gobierno y cultura a las distintas lenguas románicas: en nuestro caso, a los romances gascón, navarro y castellano. Era para las instituciones políticas mucho más fácil y menos costoso sustituir el latín por sus directos continuadores románicos que habilitar para los nuevos usos una lengua totalmente distinta, sin parentesco genético conocido ni con el bloque latino-románico ni con ningún otro.

Esta cuestión de la diferencia o distancia lingüística es importante para explicar la diversa suerte de las lenguas no estatales o marginales. Por poner un ejemplo, no es la misma la situación del euskera o la del nahuatl con respecto al español, que la del catalán. Es evidente la muy superior facilidad del hablante castellano para entender el catalán. El español sabe que el catalán habla de una manera parecida; se le puede llamar insultantemente "dialecto" (sin precisar de qué lengua es dialecto, claro), pero son imperfecciones leves que incluso pueden llegar a corregirse con una adecuada terapia, sin que se precisen urgentes extirpaciones ni profundas medicaciones letales. Es, por lo mismo, una lengua fácil: el euskera o el nahuatl son, por el contrario, lenguas difíciles, casi imposibles de aprender ni entender. El que habla así, no lo olvidemos, es un español, no un euskaldun o un nahua, para quienes el español podía ser exactamente igual de difícil. [1]

Son pues, hablas ininteligibles ("parece como si ladraran ¿verdad?"), expresión del atraso o del idiotismo que hay que corregir. Difícilmente se las considera en la práctica, aunque puede que legalmente sí, como lenguas normales o lenguas sin más, y ésto incluso o quizá preferentemente para las capas cultas o informadas de la sociedad: siempre es muy grave y escandaloso no saber la lengua del Estado correspondiente o Lengua a secas, por ejemplo, el español (o el inglés, el ruso, el chino...). Lo que no viene a la mente es que puedan hablarse otras lenguas distintas a las que los Estados han consagrado como suyas, lenguas que, al no ser 'la Lengua', no son vistas propiamente como lenguas: ni el hablar una no-Lengua puede ser ya ni hablar ni decir; por ello mismo estas lenguas quedan condenadas desde lo alto a la muerte o a su conversión en lenguas de Estado o al menos en proyecto de ello. Y es que difícilmente puede ya siquiera imaginarse en nuestro mundo lo que podría ser una lengua viva al margen o fuera de los procedimientos institucionales (ya se sabe: normalización, oficialización...), por lo mismo que no parece haber ya vida de las gentes que no sea vivida por el Estado.

La visión de Estado y, por tanto, la de sus masas de súbditos debidamente formados, no puede permitir que no se sepa lo que hablan (y lo que piensan) algunas de las gentes que han caído bajo su dominio, (recuerdo ahora como en un bar de Pamplona un grupo de gallegos se creyó en la obligación de disculparse por estar hablando en gallego a unos cuantos metros de donde nos encontrábamos un amigo y yo mismo: —Perdónennos, estense tranquilos que solo estamos diciendo algunas tonterías —nos dijeron; ellos, claro, no hacían más que comportarse como honestos súbditos del Estado. —Tranquilos, nosotros estamos hablando en vasco —fue nuestra consoladora respuesta) y exige, pues, esta visión de Estado que se sepa y se tenga la seguridad de saber que se dice y se piensa lo que se ha de decir y pensar: por ejemplo, que el sol, como su mismo nombre indica, es hombre y la luna mujer, que Dios es el nombre de Dios o que la Materia se compone de no sé qué partículas y que el Universo es infinito, y que para saber ésto debidamente están las correspondientes instituciones del Estado, que se expresan en la lengua que se habla en sus oficinas y mazmorras.

Porque si no se sabe lo que se dice ni lo que se piensa puede que no se diga ni se piense lo que ha de pensarse y decirse: y ésto es, para el Estado progresado, sospechoso de atraso, barbarie o locura, expresada en pseudo-lenguas bárbaras, llamadas indígenas o vernáculas, atrasadas e incluso reaccionarias, habladas por pobres indios o pintorescos casheros.

Conviene, pues, acabar con ellas: ¡Hable usted en cristiano! —dice el Estado en España por boca de sus individuos bien formados. Claro que también se van inventando formas más educadas de decir lo mismo, apelando por ejemplo al Tiempo ("vamos a hablar en español, que nos entendemos todos y acabamos antes") y a sus necesidades prácticas y reales, dejándose de tonterías y sentimentalismos y siendo educados para con el pobre prójimo español (o vasco-español) que sólo sabe español y un poco de inglés.

Pero no siempre ocurre esto, no siempre se puede acabar radicalmente con las lenguas: también en semejantes casos las lenguas que sobreviven se las arreglan para ir modificando y configurando principalmente su léxico, es decir, la parte de la lengua que más expuesta está a ser reflejo de la cultura y las ideas, a semejanza de las lenguas dominantes: es lo que se llama modernización y actualización de las lenguas.

Volviendo a los avatares históricos de la lengua vasca, nos habíamos quedado en la fijación de las lenguas románicas vecinas como lenguas escritas, como lenguas de gobierno y cultura. El empleo del euskera como lengua escrita ha estado reducido en su mayor parte y hasta bien avanzados los tiempos, a la catequesis y a la predicación religiosa, y esto debido a la necesidad de la Iglesia, en cuanto aparato formativo de antiguas formas de Estado, de hacerse entender por el mayor número posible de almas, muchas de ellas vascas monolingües: no se podía dejar caer por las buenas en las llamas del infierno (ni en las garras del Demonio, claro) a muchos vascos que, recibiendo la instrucción religiosa exclusivamente en español, solo podían tener un deficiente o nulo conocimiento de la Doctrina Cristiana.

Es sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando la producción escrita en euskera conoce una diversificación de temas y de público, dejando de estar ceñida casi exclusivamente a la divulgación religiosa. Pero la incidencia de esta producción escrita se reduce fundamentalmente al consumo privado de literatura, y su influencia en la pervivencia y vitalidad de la lengua no puede por menos ser muy escasa, actuando a lo sumo como concienciadora de minorías.

El hecho es que la pérdida y regresión de la lengua vasca como lengua realmente hablada no ha dejado de avanzar. El abandono y desuso de la lengua ha sido en general más acusado en las zonas vascas periféricas que en las centrales, anterior en las grandes localidades que en pueblos y aldeas, mayor en las clases altas y cultas que en las bajas; es decir, que la pérdida y el cambio de lengua se ha operado más decisivamente en aquellas instancias en las que las instituciones del Estado tienen una incidencia más profunda. Con la ampliación y mayor penetración de la educación y la información, es evidente que el dominio de las lenguas de Estado amenaza con ser general.

Los procedimientos de represión y sustitución de lenguas son bien conocidos y han sido esbozados antes: a medida que el Estado va imponiendo sus ideas y su modo de vida entre las poblaciones, va quedando claro que no hay otro modo de vivir o de sobrevivir que bajo su dominio y sus instituciones, que no hay más vida que la que se vende a las gentes y que la que se desarrolla en la lengua del Estado y de su cultura, que no hay otra forma de tener dinero o prestigio, de sobrevivir, como suele decirse, dignamente. Es, pues, conveniente e incluso necesario saber su lengua, y para que ese saber sea más perfecto, qué mejor que olvidar y borrar completamente de la memoria alguna otra lengua bárbara o atrasada que a uno le hayan enseñado; o, si esto no puede conseguirse del todo, por lo menos se puede no enseñar la lengua a los hijos que Dios haya dado, para que así no sufran las trabas, vergüenzas y humillaciones que nosotros hemos tenido que sufrir. Y es que nuestros hijos se merecen lo mejor, lo que nosotros no hemos podido tener: se merecen ser algo y triunfar en la vida, en la mejor de las vidas posibles, que es, claro, la vida que venden el Estado y el Comercio.

Pero ocurre que los niños no saben de dinero, ni de prestigio, ni de cultura, ni de vergüenzas adultas: con ellos se han aplicado pues, siempre que hacía falta, los procedimientos violentos, los castigos y humillaciones escolares: la lengua, junto con la letra, con sangre entra. Así, desde las más tempranas edades, desde las edades del aprendizaje lingüístico mismo, se le hace ver al hombre futuro, de la manera más evidente y palpable, cuál ha de ser la lengua en que debe recorrer el camino para ser eso precisamente, un hombre, un hombre debidamente formado.

Se han ido combinando así en proceso de pérdida y sustitución lingüística los procedimientos incruentos y los sangrientos, los disimulados y los abiertamente violentos, los democráticos y los totalitarios.

Hoy la lengua vasca cuenta, al menos en parte del territorio de habla vasca, con un reconocimiento legal en forma de co-oficialidad, una no desdeñable presencia en al sistema escolar y una presencia menor en los medios de masas, aun contando con un canal de televisión.

Con todo, el poder y la superioridad real de la lengua del Estado, empezando por el número de hablantes en el mismo territorio vasco, es infinitamente superior, su presencia y penetración en todas las capas sociales se impone progresivamente. Esta penetración se manifiesta también en la cada vez mayor escasez de espacios o núcleos compactos de habla vasca, en la degeneración y empobrecimiento de la capacidad lingüística misma de los hablantes vascos, ya casi exclusivamente bilingües, solo marginal o residualmente monolingües vascos.

Nuestra lucha y nuestro sentimiento son pues casi agónicos y desesperados, y cuando digo "nuestra", me refiero a las gentes que viven y sienten realmente todo esto de que les vengo hablando, es decir, aquella que no se deja contentar y paralizar por las promesas y concesiones del Estado, ni por los sucedáneos simbólicos del verdadero sentimiento y conflicto.

No puede uno tranquilizarse ni adormecerse con las concesiones del Estado: el Estado solo cede y negocia cuando no hay una amenaza real para sus intereses y cuando se cree seguro de poder asimilar todo posible movimiento dentro del Orden.

Se observa, por otro lado, en el caso del euskera, una utilización no real o verdadera de la lengua, sino una progresiva reducción a los aspectos simbólicos o emblemáticos, por parte fundamentalmente de los partidos o congregaciones nacionalistas (de los otros, no hay nada que decir ni nada que hacer), sean éstos conservadores, de izquierda o revolucionarios (en la medida que pueda seguirse hablando, al menos en Europa o Mundo Primero, de este tipo de diferencias, que más bien parece que no, al estar este tipo de instituciones políticas dominadas todas ellas por el monoteísmo progresista o ideología única del Progreso). Y es que tampoco podía ser de otra manera, al estar estos movimientos integrados o en vías de integración en el orden dominante, ya sea por la vía convencional o democrática, ya por la vía de la negociación o componenda con el Estado. Y no podía ser de otra manera, pues estos movimientos institucionalizados, como todos los demás, viven del Futuro: en ir desarrollándose hasta el día de la Libertad o del triunfo de la Revolución, en que todos los conflictos serán debidamente solucionados y todas las contradicciones desaparecerán.

Entretanto conviene tranquilizar la posible mala conciencia creyendo que se hace algo decisivo, dedicándose fundamentalmente a velar por la vasquidad de rótulos y señalizaciones, a poner nombres vascos a niños, perros, periódicos y entidades bancarias, a decir dos o tres palabritas de saludo o despedida en euskera, a publicar escritos con traducción vasca (casi nunca el sentido de la traducción es el inverso) o meter algo facilito en euskera para quedar bien, o a vigilar el porcentaje de empleo de la lengua por los diversos concursantes en las contiendas democráticas. El creer o hacer creer de veras que esto sirve realmente a la vida de la lengua, aparte de mostrar la falsedad del pretendido interés o sentimiento por ella, no deja de ser mortal para la lengua misma, al verse reducida a mero elemento simbólico, es decir, a algo muerto.

Por el otro lado, hay que advertir que por parte del Estado progresado y sus servidores se viene intentando apagar toda manifestación de conflicto lingüístico, intentando introducir la idea de que los procesos de sustitución lingüística no son conflictivos, que las gentes han elegido libremente la lengua que desean hablar, ya que da lo mismo hablar una lengua que otra, y que, por tanto, los pretendidos conflictos lingüísticos no son verdaderos ni reales, sino puramente sentimentales, al darle valor a algo que no es, ni de lejos, el bien más preciado de una comunidad.

En efecto, para la visión de Estado, lo no computable, lo verdaderamente vivo, lo no traducible en oro, dinero o crédito (en bienestar social, nivel de vida o estado satisfactorio de los indicadores económicos, como llaman ellos a los sucedáneos de lo que se venía llamando vida), todo esto pues, no puede ser un bien preciado, a menos que se lo mate y pueda exhibirse y venderse, por ejemplo, como simple objeto de riqueza cultural, como atractivo turístico o erudito.

Cuando el Estado habla de superar sentimentalismos es prácticamente seguro que pretende acabar con algo verdaderamente querido y gozoso y, por tanto sin más útil para las gentes, para imponer algún proyecto progresivo y productivo, es decir, traducible y computable en dinero. Y para ello, claro, hay que hacer creer que el sentimiento no sólo no tiene nada que ver con la razón sino que además es incompatible con ella.

Pero del sentimiento y de la razón negados por el Estado y su Realidad se alimenta nuestra negación, nuestro separatismo y nuestra rebeldía, que no de salvaguardas de identidades ni personalidades. Eso se lo dejamos a ellos: nosotros solo queremos vivir, hacer, hablar.

Quizá todo sea ya inútil, quizá se trate de una guerra ya perdida, quizá sea ya imposible cualquier tipo de vida o actividad no institucionalizada al servicio del orden dominante y en las lenguas dominantes. Pero nunca se sabe. Y por si acaso conviene no cejar en el empeño y en la crítica, no contentarse ni dejarse engañar.

La crítica, la razón, se encuentra de cara con la Realidad, pero, al mismo tiempo, conviene olvidarse un tanto de la Realidad, que continuamente nos dice que no hay nada que hacer, que esas lenguas no tienen futuro (que el Futuro no es que no hablará esas lenguas, sino que no las habla ya, pues el Futuro habla en presente, ya que está aquí, bien presente y amenazante), y que solo les espera una muerte más o menos próxima.

Quienes así les hablen, apóstoles de la muerte, no hacen más que repartir lo mismo que se nos ha enseñado desde niños acerca de nuestras propias vidas. Pero así como es imposible vivir pensando en la muerte, así como solo es posible vivir un poco olvidándose en lo posible del futuro y de la muerte, así igualmente solo es posible vivir hablando nuestras lenguas sometidas, sin la presencia del miedo y de la idea de su posible muerte. Por eso les decía lo de olvidarse de la Realidad o decirle que no, decirle ez o amo, que es —dicen— la palabra que más gusta decir a los niños.

Osasuna eta askatasuna guztioi. [2]

En San Felipe Tlalmimilolpan, 7 de noviembre de 1989

Notas

* Lo que aquí se publica es el texto leído en un congreso de lenguas no españolas de México, celebrado en la ciudad de Toluca en noviembre de 1989. Mi pintoresca y exótica presencia en aquellas sesiones, no prevista hasta un par de días antes, fue motivada por unos raros y curiosos azares que no voy a detallar aquí. De lo que tampoco puedo informar con seguridad es si el texto llegó, tal como se nos anunció, a ver la luz pública en algún librillo donde iban a reunirse las intervenciones del congreso, al no haber recibido yo desde entonces ninguna noticia al respecto desde aquel bendito y olvidadizo país.

1. Añado ahora aquí la curiosa noticia que se lee en el libro de Bernal Díaz del Castillo Historia verdadera de la conquista de Nueva España, cap. CXV, que puede ilustrar muy bien esta práctica de división entre lenguas que se entienden o pueden llegar a entenderse y lenguas que no pueden entenderse; Hernán Cortés refiere a Motecuhzoma o Moctezuma que "nosotros somos de dentro de Castilla, que llaman Castilla la Vieja, e nos dicen castellanos, e que el capitán que está ahora en Cempoal, e la gente que trae, es de otra provincia, que llaman Vizcaya, e se llaman vizcaínos, que hablan como los otomíes, tierra de Méjico..." Hablan igual pues los otomíes (pero no los aztecas en este caso) y los "vizcaínos" o vascos, lo cual quiere decir no ya que ambos grupos hablen cada cual su no-Lengua, sino que todos ellos juntamente hablan la no-Lengua; o sea, que no se sabe lo que dicen: no sabemos lo que dicen desde aquí, desde lo alto, "nosotros" que no somos ni "yo" vasco ni "tú" otomí.

2. Ez en vasco y amo en nahuatl quieren decir 'no'. El saludo en vasco del final puede traducirse al español más o menos como 'salud y libertad a todos'.


Convendrá quizá que añadamos algo aquí, alguna que otra precisión que contribuya a aclarar algunos puntos que pudieran parecer oscuros o engañosos a un público como el formado por los lectores de esta revista, un público más o menos español (es de suponer que más bien menos que más), en todo caso mayoritariamente monolingüe, y por lo tanto escasamente sensibilizado, como suele decirse, o por lo menos bastante menos sensibilizado ante lo que aquí arriba se cuenta que la gente ante la que hablaba allí, en la ciudad de Toluca, en su mayoría indios o indígenas (y ya es triste tener que llamarse así) en mayor o menor grado, y más bien —todo hay que decirlo— menor que mayor, al ser la mayoría de ellos de esos que suelen llamarse concienciados, es decir, más o menos cultos o políticos.

Y es que ocurre que parece ir imponiéndose progresivamente la idea de que aquél que habla o finge hablar una lengua no-de-Estado es o bien un ignorante o bien un fanático, siendo además en su mayoría de estos últimos, pues ignorantes (no hablo de idiotas o pedantes), con el progreso de la educación y la televisión, van quedando pocos.

Esto, visto desde arriba, que es de donde viene la idea, no deja de constituir un asunto político, es decir, algo reconocido como tal. Porque es que esta rebeldía o resistencia lingüística es, en mayor o menor grado, o bien inconsciente o bien consciente. Si es más o menos inconsciente, está claro que, a estas alturas del Progreso, no puede ser visto sino como fruto de la ignorancia o de la incultura, mirado compasivamente como algo ridículo, literalmente risible: se trata pues, de una imperfección del aparato formativo del Estado, de una imperfección, eso sí, fácilmente corregible, teniendo en cuenta que esta situación se da en sectores de población muy reducidos o marginales, preferentemente en niños y ancianos, es decir, en sectores de la población que, por así decirlo, se hallan en fase terminal, que van, en un futuro más o menos próximo, a dejar de ser lo que son: para eso se cuenta con la muerte, con la muerte propiamente dicha para unos, para las personas pretéritas, con la muerte de la educación y la formación para los otros, para las personas futuras.

Ya se ve que lo que les corresponde dentro de este cuadro a las personas más o menos normales o bien formadas es como mínimo haber tenido que cargar con una mayor o menor conciencia de que eso que habla —cuando puede— no consiste en un hablar sin más: se le hace ver que eso es una lengua que, conforme avanza el proceso de formación de la persona, tiende a convertirse en la otra, pues aquello que era la otra se ha ido convirtiendo progresivamente en la una, en 'la lengua' sin más.

Esto se opera además muy tempranamente, sea, como antaño, en la escuela, o sea, como hoy, preferentemente en instancias formativas paralelas, pero en todo caso en las edades mismas del aprendizaje lingüístico: se le hace saber claramente al niño cuál es la verdadera lengua, la lengua en que ha de recorrer el camino para ser una persona hecha y derecha, un hombre (o una mujer) como Dios manda. Yo mismo recuerdo muy bien —y hace veintitantos años de esto— cómo una vez, quizá la primera, aquel proyecto de hombre que yo era se vio en la obligación de decirle a la maestra "Fulanito me ha pegado", con el objeto seguramente de que se aplicara la Justicia contra aquel Fulanito, de la forma y con las funciones con que se nos había hecho ver que funcionaba la Justicia, y así abrirme camino ante mis semejantes como un verdadero hombre. Pues bien: resulta que yo no pude decir tal cosa, no podía acceder al ejercicio o disfrute de tan alta institución legal, sencillamente porque no sabía cómo se decía en español el vasco jo, no sabía expresar mi demanda con la fórmula requerida por la Institución, por la lengua de la Institución: así se me hizo ver, o así recuerdo yo ahora que se me hizo ver (y lo recuerdo muy bien, y será por algo) cuál era la lengua de la Institución, la que pegaba más fuerte, y al mismo tiempo, la necesidad de entrar en ella, en la institución de la lengua, en la Lengua sin más, para llegar a ser una persona como es debido; y cada vez más profundamente, con el avance de la educación y la formación continua, con la progresiva reducción de la vida a práctica institucionalizada, a la Institución, y por tanto también a la lengua de la Institución y a la institución de la Lengua, en nuestro caso, de aquella en que el vasco jo se dice pegar.

Y he aquí que estamos ya más o menos dentro de la Lengua, del pretendido 'hablar sin más' según la visión del Estado y de sus hablantes, bastante dentro al menos. Claro que esto, como otras muchas cosas, es cuestión de grados, de más o menos; depende, claro, del entorno donde se caiga o desde donde se mire, y, en el caso opuesto, puede ocurrir por ejemplo que ese hablar sin más no se dé en la lengua de-Estado sino en alguna otra: puede pasarme a mí en mi pueblo de Vasconia, o puede pasar en cualquier pueblo de Galicia, y más fácilmente a cualquier ciudadano no emigrado de Cataluña. Pero aquí estamos hablando de lo otro, de lo de más arriba, del enemigo, es decir, de la visión de Estado y de sus hablantes.

Y son varias las formas en que habla el enemigo, desde la lengua de la Institución y desde la institución de la Lengua. Para empezar, es sabido que cosas o términos como España (el
Estado gusta de llevar un apellido local), el Universalismo (que se pretende compatible con el anterior y hasta puede que lo sea), la Modernidad, el Tiempo, el Futuro, el realismo, la Democracia y hasta la Ética, sirven de ordinario al imperio de la Institución y de su lengua. Para todo aquello que se vea como más o menos contrario o no totalmente conforme o sumiso a lo anterior se dispone desde arriba de un repertorio de términos que contribuyen a que se sepa claramente, con su nombre y todo, qué era eso que parecía escaparse del hablar sin más; y así quedar condenado y muerto bajo nombres como los de Euskadi (o cualquier otro proyecto más o menos serio de Nación), el Aldeanismo, el Fanatismo, el Salvajismo, el Sentimentalismo, el Atraso, la Insolidaridad, el Nacionalismo y hasta el Terrorismo, nombres insultantes o despreciativos la mayoría, pero sin que deje alguno de ellos de ser recibido de buen grado y aceptado por los movimientos institucionalizados vigentes.

Así es como se plantea pues, esta guerra desde arriba, desde la Institución, desde el Estado: y así se produce realmente, pues no hay que olvidar que bajo el nombre de Estado hay que incluir siempre a sus súbditos normales o bien formados, es decir, a la mayoría de ellos, incluidos aquellos que gustan de llamarse críticos, rebeldes o revolucionarios, suponiendo, claro, que quede todavía alguno que otro de éstos.

Y es que es bien evidente el carácter antidemocrático e insolidario (y hasta antirrevolucionario para algunos) de las no-Lenguas. ¿No está bien claro, por ejemplo, que gracias al español (y, de paso, a los valerosos conquistadores españoles) me pude entender más o menos con las gentes que me escuchaban en la Casa de la Cultura de Toluca?; y que gracias nuevamente al español (y a los conquistadores romanos y al Estado de España) pueden entenderme —se supone— los lectores de esta revista? ¿Pues a qué venimos entonces cuatro concienciados, gilipollas o maniáticos de las no-Lenguas a dar la lata? ¿Para que seamos menos los que nos podamos entender? ¿Para dejar a nuestros prójimos monolingües a nuestro lado sin que se enteren de lo que decimos, contraviniendo así, con semejante falta de respeto y educación, las más elementales normas de ética y de convivencia, simplemente por el capricho de no hablar la Lengua, cuando es evidente que la sabemos hablar?

Claro que, dicho sea incidentalmente, un comportamiento tan exquisitamente ético, democrático y solidario por parte de los hablantes de las no-Lenguas, sobre todo de las más débiles o, como suelen decir últimamente, de las más minorizadas de ellas, no deja de producir un constante miedo o prevención en su uso, lo que contribuye a acentuar la conversión del empleo natural o inconsciente de la no-Lengua (tal como se daba por ejemplo en la fase anterior a la introducción en la institución de la Lengua) en un empleo excepcional y consciente, y, en todo caso, produce un notable desgaste y empobrecimiento de la capacidad lingüística en la no-Lengua, pues es bien evidente que para hablar una lengua hay que saberla y que, al mismo tiempo, para saberla hay que hablarla. No hay lengua que pueda vivir bajo el miedo y la prevención de hablarla: por ello ha sido tradicionalmente tan envidiable para nosotros la desvergüenza y desparpajo lingüístico de los catalanes, tan exquisitamente antidemocrático e insolidario. Pero éstas son cosas que se ven —que se sienten— desde dentro, desde abajo, jamás desde fuera, desde la institución de la Lengua ni de la instalación en ella.

Ya está bien pues, señores —y volvemos a hablar como se habla desde fuera—, de dar la lata a estas alturas de la Historia: lo perdido perdido está. ¿Qué le vamos a hacer? Quizá les dé por llorar a unos cuantos hipersensibles y folklóricos, pero se supone, ya que estamos adultos, que se ha aprendido a superar los sentimentalismos infantiles, que se ha dejado de ser un niño, vamos, y que se ha aprendido a comportarse debidamente, que es precisamente para lo que está, entre otras, la institución de la Lengua.

Es pues bastante claro que todo lo relativo a las no-Lenguas o lenguas no-de-Estado entra dentro de aquel campo al que se alude como superficial o ideal, nacional o nacionalista: no se trata de algo verdaderamente real o social. Y esta división o escisión ha sido recogida hasta por los llamados Movimientos de Liberación, que oponen la "liberación social" a la "liberación nacional", señalando a veces, eso sí, la íntima relación que los une, pero reafirmando precisamente con ello, con el hecho mismo de establecer la relación, que son dos cosas distintas, como lo declara sin más el hecho de que continuamente se manejen dos nombres distintos. (Recuerdo que esta pretendida separación de la cuestión de las lenguas de las cuestiones sociales en general, la negación de las lenguas como hecho social, fue debidamente denunciada en el coloquio que siguió a mi plática en Toluca.)

Por el otro lado, al negar el carácter de verdad o realidad a los conflictos de lenguas, se hace (se nos está haciendo) creer que el empeñarse en dar vida a las no-Lenguas, o sea, en vivir en esas lenguas, no puede ser algo verdadero o real o natural en ningún modo: bien al contrario, eso solo puede ser producto de alguna Conciencia, Causa o Idea mayúscula.

Y este me parece uno de los puntos más hondos de la cuestión. En efecto, dado el hecho de que todos y cada uno de los súbditos del Estado (si no son exactamente todos, en todo caso falta muy poco para ello), saben la Lengua, ¿qué sentido tiene empeñarse en hablar una no-Lengua, teniendo en cuenta especialmente los innumerables conflictos y molestias que crea en no pocos casos, y contando con que en la Lengua nos entendemos todos y sabiendo además —así se cree— que da igual hablar una lengua que otra pues en todas se dice lo mismo?

Por mi parte, estoy cada día más convencido de que este es un punto sobre el que, en mil situaciones eternas y cotidianas, es casi (por no decir 'del todo') imposible que puedan llegar a entenderse los de una parte y los de la otra.

Y es de una importancia decisiva en este punto el aclarar, con respecto a las no-Lenguas, quiénes son los de una parte y quiénes son los de la otra. Pues bien, la diferencia que me parece pertinente establecer aquí tiene que ver con el tipo de relación que se tiene con una determinada no-Lengua y con la forma de estar o entrar en ella.

Dejando de lado el caso de la ausencia de cualquier tipo de relación o el de una relación muy distante y exclusivamente noticiera del asunto, que es, por otra parte, el caso de la mayoría de los súbditos del Estado todo, en el caso de que pueda hablarse propiamente de la existencia de algún tipo de contacto o relación con una no-Lengua, conviene distinguir si esta relación es fundamental o primeramente ideal o no lo es. "Ideal" quiere decir aquí que la relación que se ha llegado a establecer tiene en su origen y como característica definitoria (y hasta definitiva) el haber sido motivada por alguna Idea o Causa, por ejemplo de tipo nacionalista o antinacionalista, dependiendo de si la Idea en cuestión requiera por ejemplo, o bien el "apoyar" o "estar a favor de" la no-Lengua, o bien propugne abierta o disimuladamente todo lo contrario. Ya se ve que el otro tipo de relación que contraponemos a la que llamamos ideal es aquella que no sé muy bien si habría que llamar natural o convencional, real o sentimental, pero en todo caso consistiendo la relación en estar dentro de la no-Lengua o, lo que es lo mismo, la no-Lengua dentro de uno, donde 'uno' quiere decir todos y cualquiera de los que se hallan en semejante relación.

Puede ocurrir, claro, que se rompa o altere la naturaleza de la relación. Por ejemplo puede ocurrir, en lo referente al segundo tipo de relación que hemos establecido o relación real-sentimental, que se sale de la no-Lengua para pasar en régimen de exclusividad a la Lengua, y algunas de las causas o ideas que suelen dar lugar a ello ya se han presentado arriba. Para el otro tipo de relación o relación ideal, hay que señalar en primer lugar que cabe ahí, dentro de esa relación, la posibilidad de estar más o menos dentro de la no-Lengua, esto es, de que se la hable o que parezca que se la habla; y en este caso puede ocurrir con el tiempo que se acabe estando dentro de la no-Lengua aproximándose bastante a la forma que corresponde ya al segundo tipo de relación, es decir, sin la intervención consciente o con la menor intervención posible de ideas o causas. Ahora bien, hay que decir que entre nosotros este caso es muy raro; mucho más frecuente es el caso contrario, es decir, el del abandono o arrepentimiento, la salida definitiva de la no-Lengua, a la que había entrado por la vía ideal, justamente cuando la Causa o la Idea ha dejado de valer para el individuo en cuestión, cuando ha dejado ya de creerse en ella. Nada más lógico. Es más: creo que se debe declarar lo más abierta y contundentemente que se pueda que la única forma verdadera (y acorde además con el esquema de relaciones con las no-Lenguas que aquí hemos presentado), la única forma pues, de estar y entrar o acabar de entrar en la no-Lengua es la vía de la simpatía, del gusto, del cariño o del enamoramiento, según se prefiera nombrar a la realidad y al sentimiento que alimentan la relación que hemos venido aquí llamando real y sentimental. No hay otra vía para estar o entrar en una no-Lengua (a no ser, claro, que la no-Lengua deje de serlo y convertirse en Lengua sin más), ni para entender por ejemplo debidamente, si es que de entender se trata, lo que arriba se transcribe de lo que se decía en Toluca ni lo que aquí abajo se está diciendo.

Me paro un momento ahora a decir algo sobre dos términos vascos, más o menos populares, que me parece que pueden presentarse de algún modo relacionados con la separación que se ha hecho aquí de las dos vías o tipos de relación con las no-Lenguas o lenguas no-de-Estado, dos palabras que se presentan a veces juntas o relacionadas entre gentes más o menos próximas a la no-Lengua, pero que aluden a dos sentimientos o posturas con respecto a la no-Lengua, que pueden llegar a ser radicalmente contrarios.

El primero de ellos es el de euskaltzale, a buen seguro totalmente desconocido para los lectores de esta revista; la palabra, que lleva en sí misma la referencia explícita a nuestra no-Lengua, no encuentra en español una traducción o equivalente satisfactorio: vascófilo o partidario del vascuence no nos sugieren lo mismo, ni de lejos, que la palabra vasca, que alude, en el uso popular que uno ha conocido, a una mezcla de sentimiento y práctica de la no-Lengua, sin que tenga que ver de ningún modo ni con la voluntad individual ni con las ideas: de nadie se dice que tiene "ideas euskaltzales"; esto suena tan extraño como por ejemplo una frase como "Hoy me ha confesado mi amigo Txomin que es euskaltzale" (frase que ni tan siquiera suena natural en español, e.e. dicha desde fuera de la no-Lengua), aumentando todavía la extrañeza si en vez de "es" se dice más a lo pedante "se considera" por ejemplo, y más todavía si a la frase se le añade algo como "y yo no lo sabia". Es más: esto creo que solo es posible decirlo con un sentido más o menos irónico; es decir, que aquí, como en otras cosas, la fe no es que no baste, es que, sencillamente, sobra.

La fe, en cambio, sí es absolutamente necesaria y hasta suficiente para ser abertzale, que es el segundo de los términos de que quería hablar aquí, un término no solo más conocido que el anterior, sino también —me atrevería a decir sin miedo a equivocarme—, conocido por todos los lectores de esta revista. Fácilmente traducible además, entre otras cosas porque fue creado precisamente para traducir patriota (aunque en "español", y pronunciado aberchale, haya visto reducido estos últimos años su significado, con la extensión del dominio e ideas democráticas entre las poblaciones, a algo así como '(filo) terrorista vasco'). Esto sí es cosa de ideas, de fe o de voluntad: aquí si cabe decir aquellas cosas que declarábamos raras o imposibles para el otro término. La única condición que se requiere y basta para ser abertzale es simplemente 'ser abertzale', y ahí se acaba toda la historia, sin que sean precisos más rasgos pertinentes en la definición ni referencias de ninguna clase a la no-Lengua por ejemplo. Incluso, tampoco hacen falta proclamaciones lingüísticas explícitas ("es abertzale", "soy abertzale"...): ya se disponen en el Mercado de los elementos simbólicos debidamente codificados (y lingüísticos también, por lo tanto, a su manera) para identificar a alguien (e identificarse uno mismo) como abertzale: es posible, incluso, ir vestido "de abertzale", pudiendo además este vestir estar sujeto a variaciones de modas.

Nada de esto parece ser posible para el primer término del que hemos hablado: tal es la diferencia que me importaba establecer aquí para ponerla al lado de los dos modos de relación con las no-Lenguas que presentábamos arriba.

Supongo ahora que estaré obligado a declarar la verdadera razón, realidad y utilidad del sentimiento y de la resistencia de las no-Lenguas, de eso que hemos tratado de describir aquí diferenciándolo cuidadosamente de otras posiciones y tratos con las no-Lenguas que se presentan a veces engañosamente a su lado; la razón también, si se quiere (y por si hubiera entre los lectores de esta revista alguno que le haya dado por profesar la fe en la Democracia o forma progresada del dominio), la razón pues, de esta resistencia antidemocrática e insolidaria, pues conviene tener en cuenta que Democracia quiere decir, entre otras cosas, 'Dictadura de la mayoría', y ya se ve que aquí no ya solo la mayoría democrática de los súbditos del Estado todo, sino, en el caso vasco, incluso la mayoría de los ciudadanos de Vasconia, no tienen que ver demasiado estrechamente con el asunto.

No nos han faltado gentes e instituciones que, más o menos de buena fe, han intentado formular las razones, causas y fines verdaderos de la acción en favor de la no-Lengua de Vasconia. Así se ha hablado y se habla por ejemplo, de que es la voz de nuestra sangre o de los antepasados, puestos en plan primitivo o dicho al estilo arcaico; también se han buscado componendas con la Ley, y se han sacado para ello no se qué famosos derechos, ya sean naturales, sociales o, poniéndose en plan erudito, de derechos derivados de la Historia, que en nuestro caso siempre juega a favor, y más cuanto más lejana; puede ser asimismo, cómo no, un elemento enriquecedor de nuestra personalidad como pueblo, pues de lo que trata es de mantener nuestra personalidad cultural o nacional, nuestro ser y existir en completa armonía con el presente, con la asunción de nuestro pasado y con una decidida proyección en el futuro; tampoco hay que olvidar que no está de más disponer de una lengua diferente (y tan diferente además) que ayude a justificar, a diferenciar más claramente y dar un lustre especial a nuestro proyecto de ser una nación como Dios manda; pero también podemos ponernos con espíritu universal y abiertos al mundo, para así defendernos de los individuos de mala fe que nos tachan de particularistas o localistas trasnochados y decirles que todas y cualquiera de las lenguas del mundo forman parte del tesoro o patrimonio cultural no ya solo del país donde se hablen sino del de toda la Humanidad, y que la eventual desaparición de cualquiera de ellas supone una lamentabilísima e irreparable pérdida para el patrimonio cultural universal.

Y no voy a ser yo quien se atreva aquí a decir que están de más todas estas razones, que están mal o que no valen: líbreme quien pueda de ello. No: pueden incluso valer para algo y estar muy bien, si proclamadas con la debida habilidad e ingenio sirven para engañar o confundir al enemigo, o para dar la lata.

Pero con todo esto se quedará el lector, si es que hay alguno, esperando que demos ahora alguna razón algo más profunda o verdadera, y hasta la razón verdadera de todo este asunto, porque, claro, no se puede ni se debe pretender, como a menudo suele hacerse, que simplemente por el hecho de declarar o descubrir la sinrazón ajena, tenga uno sin más que tener la razón.

Parece pues que se les exige a las no-Lenguas o lenguas no-de-Estado alguna razón o justificación de sus pretensiones de seguir vivas, aun sin tener Ley ni Estado que las haga sin más como las lenguas de-Estado o lenguas sin más, o sea, como aquellas que no necesitan ya de ningún tipo de razones ni justificaciones adicionales al hecho mismo de tener Estado o de que el Estado las tenga.

Así que —se nos preguntará— ¿por qué o para qué tantos empeños y resistencias, tanta lata y molestias, para no hablar de los comportamientos manifiestamente antidemocráticos, antiéticos, insolidarios y por ello separatistas de algún modo o, si se prefiere, antinacionalistas? A ver tíos: ¿para qué?, ¿sirve para algo?, ¿qué razones hay?

Pues bien: razones no hay ninguna; no se puede dar ninguna razón, sencillamente porque no la hay y además no puede haberla.

No puede haber una razón pura y abstracta fuera de la lengua: hasta tal punto están confundidos lengua y razón, razón y lengua, que no se puede dar razón de la no-Lengua, dar razón a la no-Lengua, desde fuera de la no-Lengua: ella es ya sin más razón, la razón es ella misma; por ello no se puede dar razón de ella, dar razón a ella. Al tomar a la no-Lengua como objeto de razón, ya no es la no-Lengua la que habla, la que da razón. Puede (o al menos se suele) tomársela como objeto de teorías externas a ella, científicas o políticas, pero no como objeto de razón, para dar razón de ella, para darle razón: esto es imposible, sencillamente inconcebible, por más que entre nosotros no falte quien pretenda hacerlo y decirlo, con un hacer que no hace nada y un decir que no dice nada. Si se habla del euskera, ya no es el euskera el que habla; si por ejemplo, en un señalado día de solemnidad nacionalista vasca se proclama (y no digamos nada ya si se proclama en castellano, cosa nada infrecuente) que "el euskera es nuestra lengua" o "es la lengua nacional de Euskadi", eso ya se siente y se sabe desde la no-Lengua que no va para nada con ella, que sencillamente no nos dice nada: es simplemente un eco sumiso de la formulación legal "el español es la lengua de España".

No hay pues ninguna razón: no hay razones fuera de la no-Lengua. Lo que pasa (aunque de ordinario no se formule así, tan políticamente, la cosa), es que ello nos sale —cuando se puede— de la lengua, del sentimiento, de dentro, de la razón, del corazón o de los cojones (y a ellas de donde prefieran); y aquí nos sale quiere decir efectivamente 'nos sale', o sea que nos sale de ahí, de no se sabe dónde, qué le vamos a hacer, pero por ahí van los tiros.

Se sospecha aquí además, como se decía al final de mi discurso en Toluca a propósito de la negación y los niños, que todo esto tenga que ver quizá con el gusto y la pasión de decir que no (ez, amo...), no a la muerte, a la Realidad, y por tanto también, y muy en primer lugar ya que de lenguaje se trata, a la realidad de la Lengua de la institución y de la Institución de la lengua. No se sabe, no sabemos: pero quizá sea algo de eso.

*** Oharrak: Tolucan, Mexikon, emandako hitzaldi baten testua (Hizkuntza Indigenen Kolegioak gonbidatuta), eta testu horrekin batera aldizkariren batean argitaratzeko asmoz idatzitako artikulu osagarria. Hamar orri pasako testua denera, euskarari eta hizkuntza gutxitu direlakoei buruz, gaztelaniaz.
< atzera

Jatorria: Besteak

Copyright mota:

Gaiak: euskara Estatua euskararen kontra

Etiketak · Hitz gakoak: